Correos 1

Correos 1

(La aventura de echar una carta)

¿Cuando recibiste la última carta de verdad?

Con sello, con matasello, con remite, con

“Muy Señor mío” o

“Querido hijo” con “espero que al recibo de la presente”

y no digamos con “s. affmo. s.s.q.e.s.m.”

¿Cuando viste pasar al cartero por delante de tu casa y no parar para entregarte la carta que nunca llegó?

Desde bien pequeño tuve obligaciones domésticas, una de ellas era la de echar y recoger las cartas, cosa que hacía con desigual diligencia. Entiendo que por el negocio de mi padre disfrutábamos (es una forma de decirlo) de apartado de correos. Durante tiempo no lo entendí mucho. Consistía en pagar una cuota anual por ir tú a recoger las cartas en vez de que te las llevara el cartero a casa. Luego entendí que la cuota pagaba la disponibilidad inmediata de las cartas en cuanto llegaban y eran clasificadas. Pero ya era demasiado tarde.

El edificio de correos estaba a su manera frente a mi casa, era distinguido y esbelto para la época, emparejado planta por planta con la casa de los Diez. Daba forma a la curva de la calle que lleva al Arroyo hasta llegar a la casa de los Masa. En el tramo recto de la fachada destacaban la puerta de enorme altura, la ventana también generosa en dimensiones, arriba el cartel azul de “CORREOS CAJA POSTAL DE AHORROS” y debajo de él un buzón de fondo azul con forma de sobre.

Estaba situado el buzón a una altura considerable, probablemente condicionada esta por la construcción de mampostería de la parte inferior del muro o por no romper la estética del zócalo coronado por un remate de granito o, a lo peor, para minimizar las consecuencias del gamberrismo reinante entre la zagalería.

El caso es que estaba mu alto. Tuve una fase de prácticas en la que mi padre, buen mozo para los tiempos, me cogía en brazos y, superado el inconveniente de la altura, aprendí rápidamente a introducir con precisión, dos, tres y hasta cuatro cartas simultáneamente. Tampoco era mucho el mérito.

Los destinatarios me empezaban a ser familiares: Don Rufino Sánchez Polo del SPAR de Cáceres, Almacenes Cabanillas de Almendralejo, Hermanos Parejo imprenta de Villanueva de la Serena, Tintorería la Madrileña de Cáceres, Don Rodrigo Barrado del BUTANO de Trujillo y bastantes más. Un día completaré la lista de los que recuerdo. Introdujo entonces mi padre una buena práctica de la que desconozco si era generalizada.

Al echar la carta al buzón había que decir en voz alta el nombre de la ciudad de destino. Eso obligaba a que las cartas debían clasificarse previamente y echarlas al buzón por separado o agrupadas por destinos. Pasé una época negra en esto de la colaboración con la comunicación epistolar, …, vamos, como cuando se cuelga el WhatsApp!

Ni estaba ya para cogerme en brazos; ni habría sabido soportar el pudor de verme sorprendido públicamente en tan embarazosa pose; pero tampoco estaba crecido como para llegar subiéndome a la ventana y estirándome como una cruz de san Andrés al modo que veía a otros un poco mas altos que yo. Pasaban los meses y comprobaba casi a diario como poco a poco el agujero del buzón iba estando a tiro de un buen salto. Estaba al lado de Correos la baranda en la que el juego estrella era “gato arriba gato abajo”. Yo no era de los más ágiles en ese juego y me tocaba llevarla muchas veces. Pero eso no evitaba que fuera cogiendo práctica y, sobre todo, que empezara a dominar la técnica de poner un pie en la pared y, dando continuidad al impulso de la carrera, elevarse sensiblemente más que con un salto simple a pies quietos. En algún momento se me iluminó la luz y pensé en trasladar esa técnica al buzón de Correos. Las primeras pruebas fueron esperanzadoras, alcanzaba holgadamente la altura de la ranura. Faltaba saber si sería capaz de sincronizar el salto con el apoyo en la pared e introducir el sobre en el buzón. Teniendo en cuenta que todo en esta fase de preparación debía hacerlo en la más absoluta clandestinidad, iban pasando los días y no veía claro el final. Cuando ya definitivamente me considere preparado, cogí a escondillas varias hojitas de las de la oferta semanal del SPAR y me dispuse a enfrentarme a la prueba definitiva. Resultó de tal éxito que, varias de las hojas cayeron dentro del buzón a la primera. Estaba celebrándolo cuando caí en la cuenta de que no había dicho la población de destino. No tenía dudas de que se quedarían irremisiblemente en Logrosán. Así debió ser, porque mi padre tardó pocas horas en llamarme a capítulo con la pregunta de manual para el caso: ¿Qué haces tú metiendo hojitas del SPAR en el buzón? Mi alegato no debió ser muy convincente ya que mi padre sentenció con una pregunta que no admitía respuesta: ¿Tú crees que los hijos de los otros comercios del SPAR (Gabriel y Francisco González y Agustín Arroyo) están pa tontunas como las que tú haces? El soponcio y la reprimenda no le quitaban valor a lo conseguido. Dejé pasar unos días para olvidar lo de las hojitas del SPAR y por fin me armé de valor. Cuando mi padre al cerrar el comercio estaba escribiendo las cartas diarias de rigor, solté: “Hoy echo yo las cartas al buzón”. Esta vez debí estar convincente porque accedió sin preguntas asintiendo con la cabeza y sólo mi madre desde el patio gritó: “ten cuidado a ver si te vas a escalabrar y te abres la cabeza desde esa ventana”. Mientras mi padre acababa de escribir las cartas me asaltó una terrible duda: ¿Sería necesario decir el nombre de la población de destino justo cuando estaba en el aire o podría decirlo antes de saltar o después ya al caer. Había decidido que lo más seguro era decirlo en el aire y no correr riesgos cuando mi padre gritó: “Niño! vete ya a echar las cartas”. La primera era para los Sobrinos de Gabino Diez, de Cáceres. Hasta ahí bien, pero cuando, con ansiedad, leí los nombres de la segunda y la tercera, quedé horrorizado: Hermanos Parejo de Vi-lla-nue-va de la Se-re-na y Almacenes el Prado de Ta-la-ve-ra de la Rei-na. Arranqué hacia Correos emocionado, acongojado y repitiendo tan deprisa como podía los nombres de las dos localidades malditas. Al llegar a la altura de la casa de las hermanas Pazos, sin detenerme, cogí carrerilla mientras ponía en la mano derecha la carta de Talavera de la Reina salte con todas mis fuerzas y, aunque un poco hacia la derecha, la carta entró dándome tiempo a repetir hasta por tres veces Talavera de la Reina. Echar la de Villanueva ya fue pan comido y, tan emocionado estaba con el logro, que, al llegar a la carnicería de Morano, reparé en que llevaba de vuelta a casa la carta con destino a Cáceres. Arranqué la carrera desde allí mismo y conté hasta siete “Cáceres” mientras la carta entraba por el centro del buzón.

JMGOL60